viernes, 10 de julio de 2009

La Región más conflictiva del planeta
Angie Araya
Estudiante de RI
Escuchamos constantemente que los problemas de las pandillas a nivel de Centroamérica se incrementan a tal punto que ya ni la policía, ejército o unidad especializada de cada Estado afectado puede controlar; sin embargo, en nuestro país, creemos que aún falta mucho para llegar a los límites de inseguridad como los presentados en El Salvador, Guatemala y Honduras, pero si analizamos los anteriores decomisos de drogas, las agrupaciones de delincuencia organizada existentes en nuestro país y los constantes homicidios; podríamos pensar que existe efectivamente una desviación social y una tendencia hacia la violación de las normas sociales preestablecidas.
Nos encontramos en una silenciosa batalla que infiltra rápidamente las instituciones encargadas de velar por la seguridad ciudadana y es cuestión de pocos años para que Centroamérica se convierta en la región más conflictiva del planeta.
La solidaridad se consolida entre las pandillas centroamericanas, su lenguaje se inculca en la educación de los más pequeños, fortaleciendo así las bases para que posteriormente estos se incluyan en una agrupación que los acepte en todos los aspectos sociales.
Después de las innumerables deportaciones a principios de la década de los 90 por parte del gobierno de los Estados Unidos hacia los países de origen de estos pandilleros (especialmente de El Salvador y Honduras), el proceso de crecimiento de estas organizaciones delictivas ha sido incontrolable. Entre los factores que favorecen este fenómeno nos encontramos con la desintegración del núcleo familiar, el aumento de madres solteras, el aumento de niños en completo abandono, la insatisfacción de necesidades básicas y la baja escolaridad. Factores que determinan el desarrollo de cualquier sociedad efectivamente establecida.
Ahora bien, pareciera ser que estas agrupaciones delictivas tienen su propio esquema de sociedad y que inclusive se encuentra debidamente jerarquizada; no obstante, existen aún factores que permiten una intervención por parte de las autoridades de seguridad de cada Estado.
Se ha demostrado que la coacción no es el instrumento más efectivo, y queda claramente determinado con los procesos de “exterminio” de pandilleros que se han llevado a cabo en El Salvador, como por ejemplo con el plan “Mano Dura” o con su posterior y “mejorado” plan “Súper Mano Dura”, el cual eliminó de las calles salvadoreñas más de 15 pandilleros diariamente.
Históricamente, los efectos de la violencia se han resuelto con más violencia y no existe hasta el momento ningún planteamiento que sugiera una respuesta integral a este conflicto político-social. Lamentablemente el tiempo se convierte en el nuevo enemigo de las autoridades y en el fortalecimiento de los grupos de delincuencia organizada.
Funcionarios de la Organización de Estados Americanos determinaron que Centroamérica vive una “guerra civil no declarada” refiriéndose al problema expuesto anteriormente. La proliferación de armas ilegales, el incremento en homicidios y la impunidad son solo las primeras consecuencias de esta batalla que hasta el momento no tiene rival que lo detenga, ya que las instituciones estatales se encuentran debilitadas en todos los aspectos e inclusive en algunos casos no existen ni planteamientos para una reestructuración de la seguridad interna como en el caso de Nicaragua.
No quedan opciones claras para enfrentar este problema que se agrava y se fortalece cada día, la única esperanza para la región centroamericana es la implementación de nuevas propuestas y eficientes sistemas de cooperación por parte de naciones con amplio desempeño en la lucha contra estos grupos organizados y por otra parte, una educación integral que permita el desarrollo de un proceso de concientización a nivel social.

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